No recuerdo dónde estaba, qué estaba haciendo o qué día era exactamente. Pero aún recuerdo esa sensación. Cuando Angela Merkel declaró que no se presentaría a la próxima cancillería sentí una tristeza. Como si poco a poco fuera calando en la conciencia que el verano se acabaría para siempre. Días cortos, oscuridad, frío. Angela Merkel, ¿ya no es canciller? ¿Cómo se supone que es eso? Era paradójico en dos sentidos: estaba triste por algo que nunca quise. Y triste por algo que estaba lejos de terminar. Porque a finales de octubre de 2018, cuando Merkel anunció su retirada política, todavía le quedaban más de tres años en el cargo. Y sin embargo, en ese momento, pensé: "la voy a echar de menos", y cuando compartí este pensamiento con mis amigos, me sentí un poco avergonzada. Al fin de cuentas, ¿por qué iba extrañar a una política a la que nunca había votado, cuyo partido para mi es demasiado conservador, demasiado lento, demasiado anticuado, poco social, demasiado pro-empresarial?
Angela Merkel es, o pronto fue, canciller durante la mitad de mi vida.